jueves, 20 de noviembre de 2014

El asesino es el mayordomo…




La novela de detectives es uno de los géneros más populares que hay, pero a 170 años de haber sido inaugurado, seguimos sin tener personajes tan memorables como los creados en sus primeros años.

Siempre ha habido historias y cuentos de misterios que son resueltos por algún hombre de ingenio. Por ejemplo, hay una historia china del siglo II, que relata cómo el rey Sun Liang encuentra al culpable de poner excremento de rata en una jarra de ciruelos enmielados, por medio de una deducción digna de detective moderno:

   Hizo que uno de sus asistentes tomara una pieza de excremento, y que la cortara con un cuchillo. Observándola, Sun Liang sentenció,  ‘El interior está completamente seco. Si el cocinero lo hubiera puesto ahí desde un principio, para este momento ya debería de estar embebido también de miel. De modo que no hay duda que fuiste tú el que lo colocó ahí después de sacar los ciruelos del jarrón.’

Las tradiciones persas y turcas también son ricas en cuentos con este tipo de deducciones, y Voltaire hace uso de varios de estos recursos en su novela Zadig (1747), que de hecho está basado en un cuento persa. Aunque Voltaire usa esto más como complemento del relato, y no como parte principal.

Edgar Allan Poe fue quien fundó la novela de detectives moderna con su historia Los Crímenes de la Calle Morgue en 1841, e inauguró también la convención de los personajes principales: el detective genial, que en este caso es Auguste Dupin; y su compañero que lo ayuda a esclarecer el crimen, pero que aquí permanece sin nombre y es quien narra la historia. El detective Dupin todavía protagonizó un par de historias más hasta 1844, la más famosa es La Carta Robada, que populariza la idea de “esconder algo a plena luz”: el documento que busca la policía no puede encontrarse por más que ponen patas arriba el departamento del ladrón, buscando hasta dentro de las patas de las sillas. Pero Dupin llega y la encuentra en segundos, pues estaba ‘escondida’ justo encima de la chimenea. Poe le llamó a este tipo de cuentos, “historias de raciocinio.”

Luego fue por supuesto Arthur Conan Doyle quien tomó estos elementos y creó al icónico detective Sherlock Holmes y a su fiel Doctor Watson, e introdujo otro de los que pasarían a ser parte favorita de los clichés del género: Moriarty o la némesis, el enemigo perpetuo cuyos poderes mentales igualan o rebasan a los del héroe. Estudio en Escarlata, la primera historia de Sherlock Holmes, apareció en 1887; y aunque Doyle quiso matar a su creación, sus fans no se lo permitieron y siguió publicándose hasta 1927.

Y en este momento entra a escena la ama y señora, reina indiscutible del género: Agatha Christie. Mientras que los cuentos de Poe son prototipos y Holmes es el clásico, Agatha Christie definió el género como se conoce, en específico la parte en la que el lector es, digamos, cómplice del detective, pues va sabiendo los mismos datos que éste. Esto es muy diferente de las historias de Sherlock Holmes, en las que el lector tan sólo puede seguir el relato, y maravillarse ante los poderes de deducción del detective, pero no tiene ninguna manera de adivinar el misterio. Las obras de Christie son, por otro lado, una invitación al juego: un reto divertido de convertirse en detective, y ver si nuestra deducción fue correcta al final.

Sus más famosos personajes, el obsesivo detective Hércules Poirot y su fiel Capitán Hastings, no son tan queridos como Holmes y Watson, pero tampoco les van mucho a la zaga. Hicieron su aparición en 1920 con El Misterioso Caso de Styles y protagonizaron docenas de historias, de las cuales la más popular es por supuesto Asesinato en el Orient Express (1934).

Mucho furor ha causado J.K. Rowling con las increíbles ventas de los libros de Harry Potter, pero la falta bastante para alcanzar a Agatha Christie como reina de las ventas: el total de sus obras está en tercer lugar de los libros más vendidos, sólo detrás de la Biblia y de Shakespeare. Casi dos mil millones de copias.

Publicó 66 novelas de detectives, y la sexta, El Asesinato de Roger Ackroyd (1926) es mencionada con frecuencia como obra maestra del género, por su final extremadamente sorpresivo.


SPOILERS:

En él, Agatha Christie usa el  recurso de “narrador no confiable” para dar un final que hoy llamamos ‘twist’, y que pone al lector de cabeza. Esta técnica fue explorada por Ambrose Bierce en su magnífico cuento corto El Incidente del Puente del Búho (An Occurrence at Owl Creek Bridge, 1890) y continúa siendo efectivo cuando se hace bien, sobre todo en cine, con obras como Se7en (1995), The Usual Suspects (1995) y The Sixth Sense (1999).

FIN DE SPOILERS.


Si nunca se ha puesto a leer novelas de Agatha Christie, todas son fantásticas y cada una es más frustrante que la anterior porque rara vez podemos adivinar quién diantres es el asesino. Si no tiene nada que hacer un fin de semana, le recomiendo mis favoritas:

El Misterio de las Siete Esferas  (The Seven Dials Mystery, 1929)
El Misterio de la Guía de Ferrocarriles  (The ABC Murders, 1936)
Diez Negritos  (And Then There Were None, 1939)
Cinco Cerditos   (Five Little Pigs, 1942)
La Ratonera  (Three Blind Mice, 1950)
Intriga en Bagdad  (They Came to Baghdad, 1951)
El Espejo Roto  (The Mirror Crack'd from Side to Side, 1962)

Después de ella vinieron una gran cantidad de otros autores. Por ejemplo, siguiendo la línea clásica, Ellery Queen y Perry Mason fueron muy exitosos; y luego hubo otros detectives pero en géneros nuevos como el hard-boiled ó el noir, con personajes a lo Mike Hammer, que explotaban más que el misterio en sí mismo, el ambiente gangsteril y el machismo del protagonista. Sin embargo, hasta hoy seguimos sin tener quién sea el heredero de Sherlock Holmes ni de Poirot, y como prueba están las nuevas series y películas que se siguen haciendo de  ellos.

Nada como los clásicos.




VIDEO DEL DÍA


La inmortal Marlene Dietrich estelarizó esta adaptación de 1957 de una de las mejores historias cortas de Agatha Christie, Testigo de Cargo  (A Witness for the Prosecution, 1948):





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